A las gallinas y a los pollos había que vacunarlos contra el moquillo, lo cual era una tarea laboriosa. Cuando había epidemia de moquillo morían muchas gallinas y pollos.
Las gallinas se comían entre ellas. Cuando a alguna se le pelaba el rabo, las otras le caían a picotazos hasta matarlas. Las gallinas muertas eran consumidas en la familia o, en algunas oportunidades, se las regalaban a los vecinos, para que no se perdieran. De allí vino la costumbre de hacer sancocho e´gallina todos los domingos.
Los huevos eran recogidos en la mañana y en la tarde. Durante un tiempo, las mamás tuvieron que partir un huevo frito en varios trozos para que pudieran comer todos los hijos. Luego, en momentos de mejor situación, los muchachos se alegraban cuando podían comerse un huevo completo.
Los excrementos de las gallinas eran utilizados como abono. Eran apilados cerca del galpón y generan un calor muy grande. Los montones de abono se hacían con amarragüey volteado con las hojas hacia abajo y las raíces hacia arriba, sobre palos prendidos. Ese montón se quemaba lentamente y echaba humo pero no se veía la candela.
NOTA: Para este relato se tomó como fuente el escrito de Josefina Denis: “El gallinero”, junio 22, 2006.